Nosferatu: sensualidad, sensatez y sentimientos.

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Por Samuel Acevedo.

Robert Eggers sabía perfectamente que, no importando lo que hiciera, lo iban a pelar igual. «Nosferatu», su última película, tiene una oscuridad atrapante desde el minuto 1.

Lo primero que se hace al saber que habrá una nueva película de Drácula es pensar en «qué tal será esta versión; más tétrica, más oscura, más sangrienta o ¿más sexy?». Aquí hay de todo un poco.

Lily Rose Depp y Nicholas Hoult, actores detrás de Ellen y Thomas, los más complicados con el espíritu del vampiro dueño de un bigote grotesco, son una pareja de recién casados que al volver de luna de miel, debe separarse por el trabajo del marido en cuestión. Adivinen a quién tiene que ir a ver para comenzar una historia oscura qué mantiene atrapado durante dos horas y doce minutos.

Esa parte no cuenta como spoiler, si todos conocemos la novela de Bram Stoker o hemos visto la película de Coppola. Este Nosferatu, con Bill Skarsgård ataviado de una penumbra necesaria para una película de estas características.

Oscuridad. Ese término resume muy bien una versión más que decente de un clásico del cine. La entrega de Ellen, la lucha y el miedo de Thomas, la emoción del doctor Von Franz encarnado por un brillante Willem Dafoe y, por supuesto, el conde Orlok y sus posesiones demoníacas durante este par de horas que se pasan volando.

¿Excesos? Sí. ¿Necesarios? Quién sabe. Este nuevo intento de «Nosferatu» es el ejemplo perfecto de que, si se hace algo respetando los marcos e innovando en lo justo, las cosas pueden llegar a funcionar, aunque a algunos no les haga mucho sentido.

Sinopsis:

Una historia gótica de obsesiones entre una joven atormentada en la Alemania del siglo XIX y el antiguo vampiro de Transilvania que la acecha, trayendo consigo un inefable horror.