PECADORES: Entre tragos y mordidas, es el blues lo que te deja pidiendo por más

En una ambiciosa mezcla de géneros, Ryan Coogler regresa a las salas de cine con “Pecadores” (“Sinners”), una obra que promete sumergirnos en las aguas oscuras del sur de Estados Unidos en la década de 1930. La película ofrece terror gótico, comentario racial, algo de drama musical, y una pizca de acción de supervivencia. Protagonizada por Michael B. Jordan en un papel doble como los gemelos Smoke y Stack Moore, “Pecadores” disfraza de criaturas chupasangre a sus reflexiones sobre problemas sociales estructurales.

Situada en Delta, Mississippi, la cinta sigue el regreso de dos hermanos veteranos de guerra y ex criminales que, con dinero sucio en mano, buscan abrir un “juke joint” (concepto que refiere a un establecimiento de entretenimiento informal o ilegal) para su comunidad natal y vecindad negra. El escenario es prometedor: entre la violencia latente, segregación, traumas del pasado y el presente, se ofrece un bar como refugio cultural. Todo esto, sazonado con una banda sonora excepcional compuesta por Ludwig Göransson, que evoca el alma de la zona con un cóctel de rock desgarrado y la tensión espiritual del gospel, lo que convierte al filme en una experiencia sensorial memorable. Pero como toda tierra que aún sangra por sus cicatrices, el Delta de Coogler guarda monstruos que se esconden en la oscuridad y en el sistema.

“Pecadores” se distingue por su apuesta estética: filmada en IMAX 70 mm y Ultra Panavision, la película manifiesta una sensibilidad visual que homenajea la grandiosidad del cine, con un uso del color y la composición que realzan cada escena, logrando una atmósfera envolvente y poderosa. La fotografía de Autumn Durald Arkapaw, la dirección artística de Hannah Beachler y el diseño de vestuario de Ruth E. Carter son impecables, creando una ambientación que respira historia humana, desde las plantaciones hasta los clubes de jazz, en un fiel reflejo del Sur profundo de aquellos tiempos.
Coogler, conocido por su habilidad para incluir trasfondos políticos y sociales, dirige este universo fascinante, aunque a veces puede caer en ser más una exhibición de marca personal que como un relato cohesivo. El largometraje, que si bien es visualmente atractivo e intensamente entretenido, a ratos resulta inconsistente en su narrativa y sorprendentemente tibio en su propuesta de terror.

El guion, intenta equilibrar múltiples tramas: un drama duro cargado de heridas, una denuncia social sobre el racismo y la pobreza afro prevalente en la década, el poder de la música, y horror sobrenatural. El problema con querer abarcar todas ellas en igual medida, es que finalmente ninguna de ellas se me termina por resolver bien.
Si bien se indica a la pasada que los hermanos han sido marcados por sus vivencias batallando en la Primera Guerra Mundial, no hay indicios de estas supuestas secuelas psicológicas por el resto del metraje; el personaje de Hailee Steinfeld podría haber tenido muchas capas de historia entre el amor de verdad, los matrimonios por conveniencia, la identidad racial, presiones sociales y más, pero sólo nos quedamos con una superficie seductora y medio indómita; el colonialismo es simplemente una palabra que se lanza entremedio del diálogo; no hay exploraciones de los niveles de participación en la jerarquía mississipiana de la familia Chow o de la tribu Choctaw, o de la probable discriminación que estos grupos étnicos reciben en el pueblo; la música rápidamente pierde sus capacidades de ser un arma de defensa para quedar relegada a una trampa en el conflicto; y el elemento vampirístico entra demasiado tarde en la película.

La cinta realmente da su mejor golpe en la música, razón por la cual es lamentable que no se le confiera mayor protagonismo a Sammy o que no haya más contexto detrás de su tremendo talento. Con este personaje hay una gran oportunidad perdida de hincarle los dientes a las raíces del blues, de demostrar por qué son los afroamericanos quienes pudieron crear un género con esa alma, y dar el golpe a la apropiación blanca de su cultura, un fenómeno del cual el mismo libreto se queja. La secuencia musical transgeneracional en el club es sin duda una de las escenas más emocionantes que el cine de taquilla ha visto en el último tiempo, única, creativa e incomparable en su ejecución. Y a pesar de sus aciertos en esta área, su realizador no se casa con la idea de completar su libreto al estilo de los backstage musicals (musicales tras bambalinas). Con la ambientación, la historia y su elenco presentes, los ingredientes estaban perfectos para complementar con más performances.
El destello de genialidad musical no logra finalmente compensar el desarrollo anémico de algunos personajes (quienes aunque son interesantes, no alcanzan a explotar todo su potencial) ni los problemas en la construcción del conflicto principal. La primera hora se siente como una película distinta, levantada como un drama de época con un par de escenas que se exceden en tiempo. Y cuando los elementos sobrenaturales comienzan a desplegarse, la narrativa parece cambiar a otra película sin previo aviso.
En conclusión, «Pecadores» es un filme de muchas posibilidades, más que realidades. Se trata de una experiencia deslumbrante y divertida, algo que no te puedes perder de apreciar en la gran pantalla, para luego salir de la sala de cine habiendo vivido una especie de exorcismo sonoro. Pero si bien el envoltorio es exquisito, se resiente por un guion irregular y escasez de foco. Coogler mezcla más líneas argumentales que las que puede manejar y, aún así, el proyecto exuda disfrute justo en los minutos necesarios para mantenerte atrapado esperando a saber el final.
Gracias a Warner Bros. Pictures Chile, “Pecadores” ha llegado a revolucionar la cartelera desde el 17 de abril de 2025.