LA OLA: Propongo disfrutar la corriente, sabiendo que el agua está algo helada

La Ola, dirigida por Sebastián Lelio, representa un paso audaz en el cine latinoamericano, fusionando el género musical con un tema social de gran relevancia: las protestas feministas universitarias de 2018 en Chile.

Desde su apertura, La Ola nos sumerge en un espectáculo vibrante que se va cargando cada vez más de energía a medida que avanza la trama. Partiendo desde ya en el campus universitario de una institución inventada, donde Julia, interpretada por la debutante en el cine Daniela López, se convierte en el corazón de una revuelta que busca denunciar el acoso y la violencia sexual, pero que más allá de su militancia colectiva, carga con su propio conflicto personal no resuelto sobre una noche en la casa del ayudante de su profesora de canto. El relato se despliega a través de números musicales que combinan coreografías impresionantes con letras y ritmos variados, utilizando el lenguaje musical para abrir un espacio de diálogo y pensamiento sobre los asuntos denunciados para cualquiera que se atreva a experimentarla, ya sea si la recibe por bien o por mal. 

La dirección, la fluidez de la cámara y las coreografías masivas, donde cientos de estudiantes parecen convertirse en una marea imparable, logran captar la intensidad del sentimiento, de la movilizaciones sociales mismas que están siendo libremente retratadas aquí.

Lo mejor de la película es, sin duda, su vitalidad. En la pantalla grande se está proyectando un verdadero movimiento, quizás no social ya que no alcanza a tal envergadura, pero sí uno cinematográfico. Entre la dirección de fotografía y la edición se han llevado la tarea titánica de invitar a los espectadores a perderse en el vertiginoso camino interno y externo que Julia recorre, de forma que a veces estamos sincronizados con ella en su confusión, incomodidad y debate entre la reacción pasiva o activa ante su ataque.

También cumplen con convencer al chileno y al extranjero de que la configuración mágica del espacio físico en el que transcurren los eventos es tangible, que las chicas sí pueden tomar una silla dentro de un emblemático edificio escolar santiaguino para ponerlo en la reja de otra edificación patrimonial del centro de la ciudad, y así construyen un imaginario citadino que fluye bajo los pasos del reparto.

Aunque Julia no es una persona real ni tampoco refleja a una mayoría entre los múltiples casos existentes, el acierto del equipo de guionistas cae justamente en la elección de su personaje y cómo moldean su historia para levantar alrededor de ella los cimientos de la toma, siempre con el género musical como marco de libertad creativa, pero sentando bases cercanas a lo real en la dimensión psicológica. No obstante, esa misma decisión pierde fuerza cuando en algunos minutos puntuales su figura se centraliza en la narrativa y se destaca a Julia como primer, más importante y único motivo de la lucha.

Lelio, conocido en el territorio nacional más por films como Una Mujer Fantástica (2017) o Gloria (2013), sorprende en este ambicioso proyecto que requirió multitudes de personas en el guion, la composición, el baile y demás. Aún así la campaña de promoción sugiere que este producto lleva su nombre como autor, y eso ya causa el rechazo de algunas personas hacia el largometraje. Sin embargo, y anteponiéndose a las críticas, el director se atreve a romper la cuarta pared lanzando una autocrítica metalingüística que deja entrever cierto nivel de conciencia que posee ante sus propias limitaciones representando estas historias y las cooptaciones del activismo; este gesto, aunque algo travieso, enriquece la dimensión política del film. Y finalmente, es en aventuras como éstas en las que el papel del director es el de dirigir más que nunca, como si de una orquesta se tratara.

La Ola se armó de un esfuerzo tan masivo que se pudo dar el lujo de componer su elenco con una perfecta combinación entre actores desconocidos con otros rostros más veteranos de la palestra chilena, algunos encajando o descolocando más o menos que otros. Mientras que también encontramos la diversidad en la musicalidad, con colaboraciones de artistas como Anita Tijoux, Camila Moreno y Javiera Parra en una constelación de 17 personas, aportando desde distintas aristas y géneros a la banda sonora y transmitiendo una sensibilidad que conecta con la audiencia, que conquista el ritmo del espectador aunque éste esté sentado en la butaca de cine y no en una pista de baile.

Aquí no hay realismo ni sutilezas: hay carteles que dicen “Esta universidad entrega títulos a violadores”, cuerpos danzando y cánticos con literales alusiones a una ola, la lluvia y otras formas de agua, y canciones que abordan sin eufemismos temas como el acoso, la burocracia institucional y la lucha feminista interseccional. Es un musical que, más que dulcificar la realidad, la amplifica, a veces hasta la distorsión.

La cinta tiene problemas y contradicciones, como que, en ocasiones, su narrativa se dispersa y pierde foco, con momentos menos logrados que no terminan de cohesionar. Varios diálogos son poco convincentes ya sea en su entrega o ideación. La pequeña porción de comedia y absurdo que la producción se permite tiene por asegurado reacciones mixtas. La duración final del largometraje es media excesiva cuando en su totalidad puedes mirar atrás todo aquello que no sirvió al mensaje central, y peor cuando el relleno de minutaje da espacio para reforzar estereotipos negativos. Un par de intervenciones musicales están fuera de lugar. O que hay numerosos cambios bruscos entre géneros de música que desconcentran.

A pesar de los prejuicios, y tantos factores en contra que podrían haber entorpecido enormemente la ejecución de la película, La Ola rompe contra la costa desafiando los límites formales para sacar la voz, atreviéndose a dejarse guiar por la misma energía y ritmo que siempre ha caracterizado a las protestas sociales, pero que parecía imposible de descontextualizar y llevar al cine. El resultado es una obra provocadora, irregular a ratos, pero potente y valiente. En definitiva, y aunque no todas sus propuestas llegan a buen puerto, su audacia y capacidad de movilizar emociones hacen que valga la pena entregarse a su consumo.

La Ola ya llegó a cines a lo largo de todo el país con algunas funciones con cineforos incluidas, gracias a El Camino Pictures desde el 28 de agosto de 2025.